Mayo

Su mano es tomada con prisa, la siente caliente, le abrasa, siente la fuerza que lo jala y le ordena apresurar el paso, su visión la concentra en la tierra que a sus pies ensucia, sus uñas, sus dedos secos y tristes buscan el aire que el andar provoca, levanta la mirada, busca un poco de ella, mira las flores que ladean su espalda, un delgado vestido oculta intermitentemente su cuerpo, entre la tela algunos cabellos liberados juegan con el viento, ahí se encuentran, la observa y concluyé que ella no mira nada, no hay destino, sólo preveé que no les alcance el tiempo. Baja la mirada para distraerse de el sol que los latiguea, imagina que es un grillete que le da razón a la condena que la joroba, siente aprecio de ser él quien ordena el paso, y se hace tropezar entre las piedras para provocarle a su presidiaria la inercia de sacar más fuerzas para levantarlo. Sabe que ella no lo soltará por más pesado que sea el bulto, por más filosas seán las ventiscas, y por más caliente la tierra se ponga. Siente placer al encontrarse así, se ve tal y como su sombra lo indica, un gigante, se imagina como un gran ser, que camina con fuerza; las hojas, las varas, las piedras, le atraviesan y el no siente nada, mientras que ella con su mirada triste, avanza, lentamenta camina y se olvida de el peso, de el tiempo y de ella. Él toma su mano con la fuerza que su cuerpo puede darle, ella lo sostiene como parte de si misma, el sol los sofoca y sus sudores se enmarañan con la tierra marcando el rastro de tristeza que logra descifrar sus cansancios.

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